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25.3.06

 

El camino a la abyección: condiciones para llegar a ser un marginado (I).

Sin duda, vivimos en una sociedad donde el sistema establecido está enfermo. En parte, ha logrado instrumentalizar la cultura -objeto, no actúa- de modo que se convierta en perpetuadora de valores e idiosincrasias que jamás tenderán a fomentar que el individuo se conozca a sí mismo -es, por tanto, enajenación. Sólo en el caso de la abyección que conlleva la exclusión social, que será la excepción que confirme la regla, el individuo se verá abocado a su propia introspección. Resultado éste, que requiere el trámite ineludible de la soledad y la conciencia de la propia soledad. Nietzsche lo escribió:

“¿Quieres marchar, hermano mío, a la soledad? ¿Quieres buscar el camino que lleva a ti mismo? Detente un poco y escúchame.
«El que busca, fácilmente se pierde a sí mismo. Todo irse a la soledad es culpa»: así habla el rebaño. Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.
La voz del rebaño continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas «yo ya no tengo la misma conciencia que vosotros», eso será un lamento y un dolor.”

No es forzoso que el individuo que vaya a recorrer este camino esté geográficamente alejado de sus congéneres sino que, muy al contrario, la soledad provocará más dolor cuanto más adentro de la sociedad se encuentre. Seguramente, porque la soledad se vive en el territorio más íntimo: de piel para dentro. Será aquél, el dolor de la lucidez. Un despertar que ya no se irá jamás. Tal vez se pueda olvidar. Esa será la forma de convivir con la lucidez.
El marginado social representará el sarpullido de nuestro sistema enfermo, un ser molesto que nos recuerda con su existencia nuestra naturaleza humana y su ética. La ética no como construcción social, es entonces la moral, sino como cualidad inherente al ser humano. Sin embargo, el sistema utilizará un sentimiento paralelo muy arraigado en nuestra cultura cristiana para, mediante un juego de espejos, lavar nuestras conciencias: la compasión. Es este un sentir profundamente mezquino, que entraña sin darnos cuenta una relación de poder entre el rico y el pobre, obviamente, entre el que puede y el que no puede. Es la moneda que dejamos en el cuenco de un sin techo, apadrinar un niño del tercer mundo, la donación a una oenegé, y así, un nutrido número de mecanismos para sentirnos menos culpables de lo que ocurre, pero que nunca disfrutarán la posibilidad de cambiar esa relación de poder que hace que hayan mundos de distintas categorías.





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